26 de junio de 2010

La Sagrada Escritura describe los deberes de los hijos muy concretamente y a la vez con suma delicadeza. Los padres ancianos, aunque ”su mente flaquee”, deben ser cuidados y tratados con respeto, y no abochornados por el hijo --mientras es fuerte--. El que no honra a sus padres, no experimentará ninguna alegría de sus propios hijos. En cambio, la piedad para con los padres será tenida en cuenta para obtener el perdón de los propios pecados. "El que honra a su padre expía sus pecados. El que respeta a su madre acumula tesoros" Eclesiástico 3,3. Buena lección para la sociedad nuestra. Si este mundo se enfoca como un jardín de placeres, con la finalidad de pasarlo bomba, y como estación término, todo se explica. Pero si se ve con ojos de evangelio, hemos de rectificar muchas conductas.

3. El amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres le gusta al Señor, que ha dado ejemplo de esta obediencia (Lc 2,51). También la conducta de los padres se puntualiza con precisión: “Hijos, obedeced a vuestros padres, que eso le gusta al Señor. Padres, no seáis posesivos, para que no se desanimen vuestros hijos" Colosenses 3,12. Tampoco les sobreprotejáis en exceso, porque se quedarán enanos, no crecerán y estarán necesitando a todas horas y en todos los problemas, el paraguas de papá, la sombrilla de mamá --No exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos--. La autoridad de los padres ha de fomentar en los hijos su coraje de vivir, su cratividad y espíritu de iniciativa, lo que pertenece a la esencia de la autoridad, que en su sentido etimológico significa fomento, más que potestas. Y el deber educador ineludible de los padres también nos conduce al sentido etimológico del vocablo latino educere, que significa sacar, hacer aflorar. La imagen plástica sería la del escultor que, arrancando virutas de la madera o del mármol, saca con sabiduría del bloque informe, la imagen del ángel o del hombre, como sacó el Moisés Miguel Angel, que le salió tan perfecto que le golpeó la rodilla y le gritó ¡habla!. O el San Bruno de Pereira en la Cartuja de Miraflores, que hizo exclamar: "No habla porque es cartujo". La expresión de recogimiento y meditación que impera en esta figura muestra la preferencia de su autor por un lenguaje sereno y elegante, lleno de sobrio misticismo. El delicado tejido de amor mutuo no puede romperse: La Sagrada Familia es el ejemplo que todas las familias deben seguir. La abnegación y los desvelos de los hijos por sus padres son un deber de gratitud y constituyen uno de los diez mandamientos principales de la Ley. En los padres se encuentra Dios, sin cuya acción no puede nacer ningún hombre. Engendrar hijos es un acontecimiento que sólo es posible con Dios. Por eso en el cuarto mandamiento el amor agradecido a los padres es inseparable de la gratitud debida a Dios.

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